Libro de los Muertos Tut Anj Amon
Los reyes egipcios del Imperio Nuevo hicieron incluir en los muros de sus tumbas excavadas en el Valle de los Reyes diferentes versiones de textos funerarios para su protección en la otra vida, después de la muerte. La KV 62 del rey Tut-Anj-Amon no contiene ninguno de estos textos habituales en las paredes de su cámara funeraria. Sin embargo, sí se inscribieron en las paredes de las capillas de madera que albergaban el sarcófago con la momia real….
El 4 de noviembre de 1922, el egiptólogo británico Howard Carter realizaba en el Valle de los Reyes el descubrimiento más importante acaecido hasta el día de hoy en la historia mundial de la arqueología.
Se trataba de la tumba de un, hasta aquel momento, casi desconocido rey de Egipto al que las inscripciones daban el nombre de Tut-Anj-Amon (la imagen viviente de Amón) que había sido protagonista de uno de los momentos más dramáticos de la dinastía XVIII, durante el Imperio Nuevo (hacia el 1339-1329 a C.).
El esplendor de los tesoros encontrados en el interior de las pequeñas cámaras que constituían la tumba que luego recibiría el número 62, entre las del Valle de los Reyes, era inimaginable.
La abundancia de objetos elaborados con oro y otros materiales preciosos era enorme. Hoy, es posible contemplar en el Museo Egipcio de El Cairo el conjunto de tales maravillas que aún nos asombran y, en cierto modo, nos estremecen.
¿Por qué se acumularon en las habitaciones de la tumba, alrededor del lugar donde reposaba la momia del faraón tal cantidad de objetos preciosos, muchos de los cuales se sabe que no habían sido originariamente fabricados para el pequeño rey?.
En la trama que se intuye cuando se estudia el conjunto del increíble hallazgo, se percibe que estamos en presencia de algo parecido a los restos de enorme un naufragio histórico, lo que realmente fue el término de la dinastía XVIII, después del reinado del herético Aj-en-Aton.
Sin embargo, además de los tesoros que albergaba la tumba número 62 del Valle de los Reyes, los egiptólogos que estudiaron el conjunto de los objetos y las representaciones de las paredes de la cámara del sarcófago.
Desde el propio Howard Carter hasta nuestros días, los investigadores se preguntaron cuáles habían sido las creencias religiosas funerarias dispuestas para garantizar la eternidad del rey, cuál era el destino que, se suponía, esperaba a Tut-Anj-Amon en el reino de los muertos, y por qué no aparecían en las paredes de la cámara funeraria los ricos y profusos textos religiosos funerarios que se encontraban habitualmente representados en las tumbas de sus antecesores en el trono de Egipto.
Tan solo se podía contemplar en la pared oeste de la cámara una representación de los doce babuinos de la primera hora del Libro de lo que hay en la Duat. Poco a poco, los misterios fueron revelándose. En principio se sabía que, tras el final del mundo amárnico, se habría retornado a las creencias tradicionales de modo que, una vez muerto el rey, éste se convertiría por medio de los ritos funerarios en el Osiris-rey Tut-Anj-Amon.
Así pues, sabemos que se dotaría al rey con los instrumentos religiosos necesarios para poder sobrevivir en el Más Allá. En realidad, los textos religiosos que el monarca debía utilizar en su viaje al reino de Osiris se encontraban primorosamente inscritos en las paredes de las cuatro capillas doradas que recogían en su interior el sarcófago de piedra con la momia del rey.
En las paredes interiores de la primera capilla los egiptólogos encontraron inscritos extractos de las fórmulas del Libro de los Muertos, concretamente de los capítulos 1, 134 y 141-142 y del Libro de la Vaca Sagrada, que se refería a la leyenda que nos habla de la destrucción de la humanidad por el dios Ra. En las paredes de la segunda Capilla se hallaban inscritos más fragmentos de los capítulos 1, 17, 26, 27 y 29 del Libro de los Muertos y un libro funerario criptográfico que tiene como tema el triunfo de la luz.
También había fragmentos de los Textos de las Pirámides presentes en el techo de la capilla, junto a la diosa Nut. La diosa celeste Nut, la madre de las madres, separada por el dios Ra de la tierra, el dios Gueb en el día de la creación, cuando el cielo y la tierra fueron separados, acogería amorosamente a su hijo Tut-Anj-Amon, protegiéndole con su cuerpo desnudo y permitiendo que, lo mismo que el dios sol recorría el interior de la diosa quien se tragaba el Disco por la mañana para darlo a la luz cada mañana, lo hiciera el propio Tut-Anj-Amon, asimilado, de este modo al mismísimo dios Ra.
Repartidos en las paredes de la segunda Capilla, ya citada, se podían leer más fragmentos de los capítulos 17,130,133,134,141-142,144 y 148 del Libro de los Muertos.
La tercera Capilla, recogía en sus paredes las divisiones Segunda y Sexta del Libro de lo que hay en la Duat, y ciertos fragmentos del capítulo 148 del Libro de los Muertos. La cuarta Capilla, un fragmento del capítulo 17 del Libro de los Muertos.
En conjunto, las fórmulas de las que se proveyó al pequeño soberano para que pudiera salir triunfante del Juicio de Osiris eran lo suficientemente poderosas como para que un rey después de la muerte fuera un Osiris-rey. Podría entonar las palabras necesarias el día de su llegada a la tumba, en la necrópolis, para entrar en el Más Allá después de abandonar la tierra. En tal condición diría: ¡Salve, oh Toro del Occidente, dice Thot al rey de la eternidad. Soy el más divino de los dioses protectores. He luchado por ti. Soy uno de los dioses del Tribunal que ha proclamado Justo a Osiris contra sus enemigos en el día del peso de las palabras….!.
Podría conocer los nombres de los dioses del cielo del sur y del cielo del norte, de los que habitan los infiernos y de los que ordenan en la Duat. Su corazón, el lugar donde residía su conciencia, lo que equivale a decir su individualidad, su personalidad única, estaría protegido positiva y negativamente. Por medio de los capítulos 26, 27 y 29 del libro de los Muertos su víscera cordial le sería devuelta al pasar el Juicio ante Osiris en la Sala de la Doble Justicia y nadie podría arrebatársela ni destruirla. El rey diría a los genios del Más Allá: ¡Que mi corazón esté conmigo en la Casa de los corazones!.¡Ojalá pueda tener mi corazón porque él está dichoso conmigo!. Esto equivalía a la garantía de la supervivencia eterna.
Usando aquellos textos mágicos el Osiris Tut-Anj-Amon podría salir a la luz del día desde el Más Allá bajo cualquier forma que pudiera desear. Proclamaría para sí lo siguiente: ¡Yo soy el ayer, el alba de hoy y el mañana, el Señor de los nacimientos, naturaleza misteriosa creadora de los dioses, que suministra alimentos a los habitantes de la Duat, en el occidente del Cielo…aquél cuyos rayos se pueden ver, Señor de los amaneceres que irrumpe desde el crepúsculo y cuyas formas de existencia se llevan a cabo en la mansión de la muerte!. Él podría ser, por medio de estas fórmulas, el propio sol que amanece todos los días.
Conocería todos los nombres del dios Osiris en todos los lugares en los quisiera estar. Estaría protegido contra todos sus enemigos, como el dios Ra lo estaba cuando navegaba por la noche en su barca por La Duat, la región de los muertos.
Una de las facultades que, se suponía, poseían los difuntos justificados, era la de retornar desde el Más Allá y volver de nuevo a dicho lugar. El joven rey podría hacerlo porque conocería los nombres secretos de las divinidades que abrían o cerraban el paso a los seres osirificados, como él mismo.
El justificado debía conocer los nombres de los terribles guardianes de las siete puertas que, según el capítulo 144 del Libro de los Muertos, separaban el mundo de los vivos de las regiones de la Luz eterna. Así su ‘Ba’ podría ir libremente de un lado al otro. Sus necesidades alimenticias estarían aseguradas por medio de las fórmulas del capítulo 148.
Tut-Anj-Amon rezaría al sol diciendo: ¡Salve oh tú, que brillas en tu Disco, alma viviente que sale del horizonte!. ¡El Osiris-rey Tut-Anj-Amon te conoce, conoce tu nombre y conoce el nombre de la siete vacas y el de su toro!.¡Vosotros que dais pan, cerveza y (todo) lo que es provechoso para las almas de los difuntos.dadme pan y cerveza, suministradme provisiones!.
En realidad, para que todas estas esperanzas en el más allá se pudieran materializar, era necesario que el cuerpo del rey fuese debidamente conservado. Por tal razón, nada más morir fue debidamente momificado.
Cuando Howard Carter intentó quitar la máscara a la momia, encontró grandes dificultades debido a que los ungüentos con los que se hicieron los ritos funerarios se habían solidificado, formando una pasta dura que, literalmente, había soldado la pesada máscara de oro a la cabeza del rey. Debido a ello, se dice que fue inevitable quebrar el cuello de la momia, separándose por tal razón la cabeza del cuerpo.
Con este desafortunado incidente, se materializó uno de los temores más marcados de los antiguos egipcios. Ellos tenían especiales conjuros recogidos en el Libro de los Muertos para impedir que su cabeza les fuera arrebatada o cortada en el otro mundo. Resultó, como consecuencia del desafortunado incidente, que Tut-Anj-Amon sufrió el daño que sus sacerdotes funerarios quisieron prevenir.
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La inmortalidad era el deseo más anhelado por los antiguos egipcios. No volver a morir la segunda vez, es decir, pasado el Juicio de Osiris, era su mayor esperanza. Por esa razón todos los ritos funerarios de los particulares y especialmente de los reyes, como en el caso de Tut-Anj-Amon, iban dirigidos a obtener y garantizar el disfrute de la vida, en óptimas condiciones y para toda la eternidad.
La cuestión para nosotros, los seres humanos del siglo XXI es: ¿realmente la consiguió nuestro joven rey?. Desde luego, habría que considerar que, en cierto modo, así fue. La momia de Tut-Anj-Amon es la única, entre las descubiertas hasta el presente momento, que descansa deliberadamente en el interior de su tumba, en el Valle de los Reyes. Y, por otra parte, nadie podría dudar que, si hay alguien que vive en la historia y en la memoria de los vivos, es aquel cuyo nombre es repetido por aquellos.
El fenómeno ‘Tut-Anj-Amon’ que comenzó en el primer tercio del siglo XX, aún no ha cesado, ni probablemente lo haga en mucho tiempo, más del que podamos vivir quienes estamos interesados por comprenderlo mejor. Por todo ello, no cabe sino admitir que, en verdad, nuestro rey alcanzó la inmortalidad y, con ella, la naturaleza de la que solo se reviste a los dioses.
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